Si hace unos años el debate de moda radicaba en discutir sobre el origen y alcance de la edad de oro de las series de televisión y como estas podían o no estar superando a sus primos de la gran pantalla; poco a poco, y especialmente gracias a la irrupción del poder de las mujeres en Juego de tronos, la conversación de turno ha ido derivando hacía el creciente rol de las mismas como protagonistas de estos productos sustituyendo papeles más tradicionales de sufrida acompañante del héroe. Siguiendo el curso natural de la vida, la discusión sobre la igualdad de género se ha ido trasladando hacia las pantallas, y aunque si bien en el cine existen ya claros estandartes como la Katniss de los Juegos del hambre o la Lisbeth Salander de Millenium; en la televisión es más difícil escuchar a la prensa hablando sobre un gran personaje femenino, del mismo modo que se hace sobre machos como Walter White (Breaking Bad), Tony Soprano (The Sopranos) o Don Draper (Mad Men).
Y tampoco es que esto ocurra por falta de personajes femeninos potentes en el panorama televisivo, por ejemplo la intensidad y cuidado de la Claire en House of cards nada tiene que envidiar al personaje de su marido Frank y, sin embargo, sigue siendo Kevin Spacey el que termina acaparando la gran mayoría de los focos y elogios. Pero entonces, si no es por falta de talento (que lo hay de sobra), ni por falta de papeles (que aunque en menor medida que en los hombres, también existen), ¿por qué las series lideradas por una gran interpretación de su protagonista femenina no terminan de crear personajes con la misma repercusión?