Cuando Netflix se hizo con los derechos de «Black Mirror» todos los fans nos alegramos, además de por el motivo evidente de asegurarnos nuevos capítulos, porque la presencia de la serie en esta plataforma podría dar pie a capítulos más experimentales o arriesgados (más si cabe), una vez alejados de la dictadura de la audiencia televisiva. Y este Bandersnatch es un ejemplo claro de este mundo de posibilidades: Una película al estilo de los libros de «elige tu propia aventura», en el que el telespectador ejerce un papel importante al ir tomando decisiones en distintos momentos de la película, que con mayor o menor grado de influencia terminarán llevándonos hacia alguno de los múltiples finales que plantea esta aventura visual con más de 5 horas de contenido total grabado. Se trata por lo tanto de una idea novedosa, prácticamente primeriza dentro del terreno audiovisual (si dejamos de lado a los videojuegos), y con un guión atrayente que intenta conservar el espíritu Black Mirror, aunque precisamente el perseguir esta denominación de origen en el primer intento puede haber terminando lastrando un poco la satisfacción final de quienes la han visto, pues termina siendo un producto que ni es como un capítulo de Black Mirror, ni parece que sea plenamente una historia de elige tu propio final
Y es que tratándose de un primer experimento o acercamiento a este tipo de experiencia para el público, quizás lo más sencillo hubiera sido apostar por media docena de líneas argumentales básicas, que en función de las elecciones del espectador te llevase hacia un final u otro, totalmente distinto, pero de manera lineal, sin andar mareando la perdiz con tramas circulares y volviendo a revivir escenas que hasta que no te haces con el hilo de la historia generan un poco de confusión y consiguen que cueste un poco entrar en materia y disfrutar. Aunque quizás fuera ese el objetivo (nada es fácil con Black Mirror), lo cierto es que esta propuesta resulta frustrante si por ejemplo al principio de la película decides aceptar las condiciones para trabajar en la empresa de videojuegos, momento en que inmediatamente llegas a uno de los posibles finales de la película (en donde el juego es una mierda y recibe muy mala crítica), a los pocos minutos de haber empezado el visionado de Bandersnatch, sin tener claro por qué te obligan a volver atrás a tomar la decisión contraria para poder seguir avanzando, y dejándote una sensación de que seguramente no estás jugando bien con las opciones o de que algo no has terminado de entender.
En el punto opuesto, también es verdad que el capítulo sabe manejar perfectamente los tiempos con unas primeras decisiones simples y sin influencia directa en la historia (como la elección de los cereales), que sirven para que el espectador se familiarice con la dinámica de funcionamiento del programa, mientras va dejando calar el poso que luego cobrará importancia acerca de cómo Stefan siente que alguien toma las decisiones por él. No obstante, según vamos avanzando y parece empezamos a coger el truco de ese mundo cíclico, la sensación termina siendo la de que realmente no importa la decisión que tomemos, pues si no es la acertada, la película nos devolverá al último «checkpoint» para seguir el camino opuesto (¿quién está controlando a quien entonces?). Es decir, tal es el afán de sumergirnos en la locura de Stefan, que nunca terminamos por elegir un final, sino un conjunto de finales derivados de una acción concreta (posiblemente el momento en que decidimos si entrar en la consulta de la psicóloga o seguir a Colin sea el momento más diferenciador a la hora de determinar que conjunto de finales vamos a poder observar).
Como consecuencia en lugar de seguir un universo lineal que llegase a un único final en función de tus elecciones, la posibilidad del reseteo nos llevará a varias tramas, agolpadas unas detrás de otras, que van desde el control mental (PAC), el mundo cíclico de realidades paralelas que defiende Colin (y que suelen terminar con el padre de Stefan muerto), la alternativa Netflix que rompe la cuarta pared en un ejercicio surrealista que solo puedes odiar o amar, un viaje al pasado que termina con Stefan en el tren de las 8:45 etc. Todos finales muy potentes, pero que expuestos a la vez (dependiendo de las ganas que tengas de probar nuevas rutas en cada retorno a la escena anterior) corren el riesgo de dejarte con la sensación que la moraleja de la película se queda en un juego con el espectador que consiste en cómo conseguir joderle la vida a Stefan en el menor número de pasos posibles.
Lo cierto es que uno termina disfrutando viendo cual será la siguiente salida, más retorcida aun que la anterior, por lo tanto la película cumple el objetivo de entretener. Pero sin llegar a divertir como un videojuego (en el que tu percepción de control sobre la historia es mayor), el guión se queda cojo cuando lo que esperamos es calidad nivel Black Mirror. Es decir, una historia que cuando acaba te deja sentado en el sillón asimilando lo que acabas de ver, en lugar de un atracón de conceptos que huelen a Black Mirror, pero que no terminan de asentarse, más que nada porque ninguno de ellos termina siendo el hilo argumental principal, o mejor dicho, porque todos ellos se apelotonan en un único hilo. Por eso, cuando uno termina la película es posible que se quede con la sensación de qué eso no ha sido realmente una experiencia «elige tu propia aventura» si no que al final hemos terminado viendo lo que Netflix ha querido enseñarnos, y simplemente hemos tenido poder a la hora de elegir el orden en que queríamos ver cada una de esas alternativas.